miércoles, 22 de junio de 2011

El Santo Ramadán.

El Corán, tengo entendido que exime a los niños, ancianos y enfermos de practicar el ayuno en Ramadán. Creo (no estoy segura de estas cosas) que la edad de los niños no está estipulada. El problema viene cuando, en nuestro sistema, llegamos a un musulman y le decimos: "Tiene usted doce años", "No señor, tengo dieciseis", " He dicho que tienes doce y ya está".

Este fue más o menos el caso de Ahmed. Para él y otros muchos, no hubo un gran problema hasta que se encontraron con el primer día de Ramadán. Ellos, todos musulmanes, se sentían hombres para ayunar y afirmaban tener una edad que todos creíamos, pero el sistema negaba, así que les negaron el ayuno. Como no quisieron comer por el día, nadie les hizo ni caso, como tampoco me lo hacían a mi en mi recien estrenada anorexia nerviosa. Pero, llegada la noche, cuando quisieron comer, nadie les dejó.

No recuerdo muy bien como fue la cosa, pero recuerdo despertarme con Ahmed encima de mi. A veces se metían debajo de nuestras camas a asustarnos y cosas así, de modo que me enfadé, le di una patada y un educador y un guarda de seguridad me lo quitaron de encima. Fue entonces cuando ví el cuchillo en su mano. Me asusté menos de lo que correspondería, las chicas gritaron, salimos en pijama al pasillo a ver que pasaba y varios de los chicos tenían arrinconada a una educadora que no medía más de metro sesenta, reclamandoles su comida. El segurata nos gritó que nos metiesemos dentro, algunas desobedecimos. Nos empujaron dentro, haciendonos caer al suelo y nos cerraron la puerta. Con llave. Si en ese momento uno de los chicos siguiese dentro o hubiese pasado cualquier cosa, no habríamos tenido manera de salir. No tengo ni idea de como acabaría la noche para ellos.

A la mañana siguiente nos abrieron el dormitorio. Repetimos la rutina habitual de cambiarnos de ropa, lavarnos los dientes y bajar a desayunar. Ellos se tenían que sentar aunque no desayunasen, pero ese día los educadores no nos dejaron sentarnos con ellos. Como las chicas eramos menos, nos hicieron esperar media hora en el hall. "En Ramadán esta prohibido mirar lascivamente a una mujer, y con esta edad ya se sabe como se tienen las hormonas" Yo, que no era en absoluto racista, ni lo soy, no pude por menos que acordarme y blasfemar contra el jodido Ramadán. Ya era dificil vivir en ese sitio, como para encima que gobernasen los adolescentes la rutina diaria. Cuando todos hubieron salido del comedor, pudimos entrar las chicas. Eso sí, por otra puerta. Yo, gran error, grite la primera frase ofensiva hacia ellos (pero no la ultima) con todas mis fuerzas. Basicamente decía que tenía ganas de defecar encima de Alá por darme por culo de esa manera. Los educadores me echaron la bronca a mi. No digo que no tuviesen razón, pero yo tambien tenía la mía.


Aquella mañana las chicas dimos clase en nuestro dormitorio, se repitió el proceso del comedor a la hora de la comida, y no nos dejaron entrar al salon a ver Los Simpson. Yo ya estaba harta, y era el primer día.


Por la noche, cuando ya podíamos comportarnos como personas, subieron bandejas con comida para ellos. Había unos postres con muy buena pinta, que cuando quise probar me impidieron los chicos porque "si no haces Ramadán, no comes eso". Yo, harta ya, les contesté que esa comida estaba hecha en mi pais, y se la regalabamos por consideración, que yo era española y que me comía el postre si me daba la gana. No estuve muy acertada, lo se yo, lo supieron los chicos que me partieron el labio y lo supieron los educadores, que lejos de hacer nada, me preguntaron que como se me ocurría decir eso con treinta magrebíes en la casa.


Su enfado duró un par de horas, el Santo Ramadán, notese la ironía, treinta días más o menos.

miércoles, 8 de junio de 2011

Medio mes allí.

Los primeros días de estar en el centro Isabel Clara Eugenia pasaron sin pena ni gloria. Algunas chicas se fueron, y llegó otra chica gitana llamada Jessy. Me llevaba genial con ella, hizo mis días más amenos. Ella tenía trece años también, y estaba allí porque sus padres habían querido casarla. A mi en ese momento no me parecía tan grave, pero lo cierto es que no solíamos contar toda la verdad cuando estabamos allí.

Una tarde Jessy y yo nos peleamos, creo que ella había cogido mi cepillo del pelo o alguna bobada de ese tipo. Era mediados de noviembre, y hacía frío. Me fuí hacia el patio enfadada como una niña pequeña, y por el camino me encontré con la educadora. Intentó sujetarme sin preguntarme que había pasado, y yo me enfadé. Después de conseguir soltarme, salí corriendo hacia el patio.

Los chicos que se escapaban lo hacían por la valla del patio. La saltaban, se iban, y cuando querían volver le decían a la policía que se habían escapado del centro. Así ellos les devolvían "a casa". Lo hacían sobre todo los magrebíes. Esa tarde/noche el patio parecía sigiloso. Me senté junto a la valla y me escondí entre los arbustos. Estuve allí cerca de una hora, hasta que apareció Said. Yo, en mi infinita confianza, hice un ruido con la boca para que supiese que estaba allí y le saludé con la mano, poniendome de pie. Él se acercó, vió que no había nadie y me sujetó  por la cintura. Sin previo aviso comenzó a sobar todo por debajo de mi camiseta. Yo intenté soltarme pero no lo conseguí. No recuerdo muy bien como me sujetaba, pero se que sólo conseguí soltarme cuando uno de los chicos salió al patio para escaparse. Said, comenzó a reirse y me pidió perdón entre risas. Yo volví a mi cuarto de baño y estuve mucho rato en la ducha.

Jessy y yo hicimos las paces esa noche, y le conté lo que había pasado. Tres días despues ella consiguió convencerme para "chivarme" a los educadores. Se lo dije a la educadora de turno, que me cogió de la mano y me puso delante de Said para echarle la bronca. Teóricamente, el chico tenía doce años, pero era un secreto a voces que era mucho mayor. La educadora le hizo pedirme perdón, él contestó que ya me lo había pedido. Yo quise matarle por ese detalle. La educadora le dijo que yo podía denunciarle y que eso aqui era delito y una larga charla, pero no hizo nada más.

Esa misma noche le pregunté a otra educadora si de verdad podía denunciarle. Recuerdo pensar que estaba harta de que todo el mundo usase mi cuerpo sin mi permiso, recuerdo cada olor que dejó ese chico en mi cuerpo, recuerdo haberme duchado durante más de una hora, y recuerdo todas las lágrimas que bajaron por mi cara esa noche. La educadora me dijo que no tenía importancia, que no era para tanto, y que si denunciaba podían deportar al chico. Me hizo sentir culpable porque decía que era culpa mía por estar a esa hora en el patio. Esa noche empecé a autolesionarme.

Said fue acusado de violación un año y medio más tarde. Lo supe porque Jessy fue al mismo centro que él. Tambien supe que lo había hecho varias veces más. Me sentí responsable, porque si hubiese puesto más empeño en que me dejasen denunciar, esas chicas no habrían sido violadas.

viernes, 3 de junio de 2011

Isabel Clara Eugenia.

Como decía en la entrada anterior. Llegué a ese sitio con trece años, el dia 31 de octubre. Era de noche y la educadora me metió directamente en un baño para que me duchase. No es que no lo agradeciese, pero creo que lo que menos necesitaba en ese momento era una ducha. Me apetecía realmente que alguien me explicase porque no estaba con mis padres.

Después de la ducha, me hizo guardar toda mi ropa en una bolsa de basura y se la llevó a la lavandería. Yo me sentí un poco violenta, pero aun así accedí sin protestar. Me entregó un pijama y una toalla y me llevó al salón, donde había dos chicas más. Una de nueve años y la otra de doce. Se pusieron muy contentas de que llegase una chica nueva. Yo me sentí mal porque no quería estar alli, y otras se ponían contentas de verme.

Despues de las presentaciones me enseñaron el cuarto. Dormíamos seis chicas en un cuarto y seis chicos en el otro. Los seis chicos eran de origen magrebí y tres de las chicas tambien. Luego estaba Lizzet, que era ecuatoriana, y Zara y yo que eramos españolas. En la misma planta, junto a la puerta que daba a esa "mini-casa" había otra puerta con otro sitio parecido. En este caso solo estaban los chicos mayores y todos eran de origen magrebí. Esa noche no cené, me dijeron que la cocina estaba cerrada y que había que esperar al día siguiente.

Por la mañana nos levantaron a las ocho y media. No nos dejaban ducharnos por la mañana, lo suplicases como lo suplicases. Cuando le pregunté a la educadora por mi ropa, para cambiarme, me dijo que allí no podíamos llevar nuestra ropa. Me dió unos vaqueros y una camiseta a elegir por mi, y unas braguitas y un top blancos de algodón. Cuando pregunté por esa ropa me dijeron que era compartida por todas las chicas del centro, ropa interior incluída. No hace falta explicar el mal rollo que da eso.

La gran sorpresa me la llevé cuando bajé a desayunar con el resto de los chicos que vivian en mi "mini-casa". Las comidas se hacían en conjunto en un comedor grande con mesas de cuatro personas mas o menos. Nada más llegar allí, todo el mundo se volvía a ver a la nueva. Chicos que no sabían hablar castellano en absoluto te declaraban su mas sincero amor y sus peores intenciones. Uno de ellos, que sí hablaba nuestro idioma, me explicó que esos chicos pensaban que podían llevarse a la cama a cualquier chica española. Yo, con mis trece años y cinco meses, y, a decir verdad, bastante delicada en ese tema, quise salir corriendo. Los educadores no hacían nada por evitar ese tipo de acoso constante a las pocas chicas que había allí. Yo quise llorar.

Despues de desayunar nos llevaron a clase. Como ya explicaba en la entrada anterior, esas clases no estaban homologadas, y las hacíamos divididos en dos grupos. El dividirnos no servía para nada salvo para tenernos más controlados. Yo, que siempre fui de ciencias, cogí un libro de mates de la estanteria y me puse a hacer problemas. No toqué otro libro en los dos meses que estuve alli. Nadie se preocupaba de mirar que mis estudios siguiesen su curso, y yo, con esa edad, tampoco me preocupé. Gran error.
 
Después de la clase vino el siguiente mal sabor de boca del día. El reconocimiento médico.
Me llevaron a la enfermería con un educador y me dejaron allí. Había un médico y un enfermero y me hicieron desnudarme. Me preguntaron por mis vacunas y me tumbaron en una camilla para la exploración ginecológica. Me dijeron claramente que era para comprobar que no había sufrido abusos, así que me preguntaron si había estado con un chico alguna vez. Yo, avergonzada, dije que no. El médico comenzó con la exploración y estuvo un largo rato intentando sonsacarme por qué no era virgen. Al final, y solo al final, preguntó a una asistente social sobre mi caso. Ni corto ni perezoso, a mis trece años y tras saber el motivo, me contestó que "debia haberle dicho que si había sufrido abusos". Claro, a mis trece años era algo para ir contando por la vida...

Después de eso, los días surgieron entre ir a clases practicamente inservibles, evitar los continuos roces con los chicos magrebís y comenzar con lo que luego sería un trastorno de la alimentación, que ningún educador consideró necesario dar "más importancia de la que tienen estas cosas a estas edades"

El principio de la historia.

Mi nombre es Celia, actualmente tengo 22 años y soy lo que se llama una niña de centro de acogida. Ingresé por primera vez en uno cuando tenía 13 años. Mi padre biológico se fué cuando yo tenía apenas un par de meses, y mi madre se casó con una persona que me maltraba física y psicológicamente. Ella también lo hacía, pero, supongo que por el detalle de que es mi madre, siempre la acabo perdonando por ello. Hablo en presente porque actualmente lo sigue haciendo en ocasiones.

Cuando llegué por primera vez a un centro, iba acompañada de una pareja de guardias civiles. El sitio se llamaba Isabel Clara Eugenia, y me recibió una educadora pelirroja con el pelo corto. De esto va a hacer nueve años en octubre. Una vez alli, empezaron las idas y venidas.

Ese sitio es lo que se llama un centro de primera acogida. Acogen a los niños en riesgo y desde allí les buscan un centro de acogida apropiado. No se busca una familia, eso nunca, al menos no a los niños mayores de cinco años. Puedes estar allí hasta dos meses, sin poder salir del centro ni para ir a tu colegio habitual. Ellos te dan clases alli pero, evidentemente, no estan homologadas. Eso, en muchos casos, hace perder cursos enteros a gente solo por uno o dos meses.

En el centro de primera acogida Isabel Clara Eugenia solo pueden ingresar menores de 14 años. Esto se hace así para evitar que los "chicos mayores" influencien negativamente a los "pequeños". El problema viene con la inmigración. A los chicos inmigrantes que vienen sin pasaporte, generalmente del norte de África, se les hace una radiografía de la muñeca y con eso determinan su edad. He conocido gente que tenían hasta diez años más de lo que decía su radiografía, por lo que se deduce que el método no es muy fiable.

Recuerdo casos como el de Yashir, un chico magrebí que decía tener trece años, pero que más tarde se demostró que tenía diecisiete y que era culpable de un delito de violación. Chicos como ese han permanecido en mi vida hasta que cumplí los dieciocho años. Con esto quiero mostrar el caos y las contradicciones del sistema de proteccion a menores español, y denunciar una situación para muchos más que insostenible.  Semana a semana iré publicando aquí las historias de los seis centros de acogida diferentes donde viví en cinco años, con el fin de que la sociedad se haga cargo del problema de estas instituciones.